Cuando llegue a mi casa esa noche, mientras que mi esposa me servía la
cena, tomé su mano y le dije, “tengo algo que decirte”. Ella se sentó y
comió callada. La observe y vi el dolor en sus ojos. De pronto no sabía
cómo abrir mi boca. Pero era mi deber expresarle lo que pensaba: “Quiero
el divorcio”, le expresé. Ella no parecía estar disgustada por mis
palabras y me pregunto suavemente “¿Por qué?, esas no son cosas de un
hombre como tú”.
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