“Tenía 21 años, llevaba una vida normal. Era estudiante
universitaria, me la pasaba de rumba, iba al gimnasio y bailaba
flamenco. Un día me reuní con unas amigas en mi casa para ensayar una
nueva coreografía, entre paso y paso sentí que la boca se me volteó. No
podía hablar, se me adormeció la lengua. Corrí al baño, me miré en el
espejo y vi que tenía la cara torcida. No entré en pánico, creí que se
trataba solo de una parálisis facial.
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