Las aplicaciones del antimonio se remontan a la antigüedad,
cuando se usaba en cosméticos y medicina para aliviar enfermedades como la
fiebre y la angina. Posteriormente, se comenzó a usar como retardante para detener la propagación del fuego, en aleaciones
metálicas y para la fabricación de baterías, recubrimiento de cables, cerámicas y vítreos. En la actualidad, se ha extendido al ámbito farmacéutico para el tratamiento de la leishmaniasis, sífilis, tos convulsiva y gota.
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