Las gotas de lluvia bañaban su cuerpo, ése que ya no le pertenecía,
que éramos nosotros, que se fundía con el agua y el calor que se
desbordaba de los pechos y las gargantas que lo hicieron invencible. Ese
jueves 4 de octubre,
el gigante se escapó del hombre de Sabaneta y, con la tormenta que cayó
sobre Caracas, se convirtió en una enorme fuerza natural incontenible
proyectada hacia el futuro.
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