20 jóvenes de noble cuna llegaron a lo que comenzaba a ser Santo
Domingo, a principios del siglo XVI. Eran segundones en plena vigencia
del mayorazgo de agnación rigurosa, en que solo el hijo mayor varón lo
heredaba todo. Los y las demás solo alcanzaban apellidos y ademanes de
alta clase. Vivían del hermano mayor o les quedaban, dice Andrés Eloy,
«la Iglesia, el mar, la muerte».
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